Acabé segundo de BUP (actual cuarto de la ESO, 16 años) con grandes calificaciones, de hecho, siempre he destacado a nivel académico, me había echado un noviete durante el curso y nos despedimos para pasar el verano.
Ese verano debutó mi primera depresión mayor. En el ámbito familiar fue devastador, éramos una familia de clase media con recursos, pero aquello fue difícil de enfrentar, sin embargo, cuando por fin llegué a la consulta de un aclamado psiquiatra lo tuvo claro. Fui diagnosticada de psicosis maniaco depresiva. Ahí empezaron los tratamientos con medicación psiquiátrica con fuertes antidepresivos.
Fue un verano muy duro luchando por volver a las mínimas tareas de la vida diaria, levantarme, ducharme, comer...
Llegó septiembre y mis padres se empeñaron en que debía volver al instituto para entretenerme. Llegué visiblemente más delgada, introvertida, asustada. Las amigas se apartaron de mí porque aunque no sabían qué me pasaba, debieron pensar que era contagioso. El chico con el que salía se asustó y al tiempo empezó a salir con una de mis mejores amigas. Ya no rendía, todos me daban la espalda, y yo no entendía nada, solo quería llegar a casa, a mi cama.
Empecé a saltarme las clases y a vagar por los parques, la medicación había hecho efecto, pero ahora yo quería recuperar el tiempo perdido, nadie quería indagar en que me había pasado, pues tampoco lo iba a hacer yo.
Ahí empecé a dar tumbos, situaciones de riesgo, drogas, mala gestión afectivo-sexual.
Yo no les guardo rencor a mis compañeros porque ellos eran muy jóvenes y no sabían a qué se enfrentaban, pero los profesores... se limitaron a ignorar mi estado seguramente por miedo a que hubiera conflictos en clase, con la dirección o con mis padres.
En el instituto había entonces gran competitividad, todo el mundo estaba obsesionado con que llegáramos a la universidad, no había apoyo escolar, psicólogos ni fomento del trabajo en equipo, de habilidades sociales y mucho menos de prevención de situaciones de este tipo.
Tardé mucho en comprender todo aquello y ahora entiendo que una intervención socioeducativa adecuada me hubiera ayudado mucho.
Claro, pensaréis, aquello fue en 1992, las cosas han cambiado mucho. El otro día una persona me relataba cómo había debutado en crisis su sobrina, misma idea, cero apoyos de compañeros, de profesores y de dirección. Cero persona con capacidad resolutiva, animoso de enfrentarse a este problema que no es tan raro, es de libro.
¿A quién pedir responsabilidades? Yo era una adolescente perdida en mi mente maravillosa, y la sociedad, un duro lugar donde tener un problema o una diversidad.
A eso llamo yo bullying pasivo, lo triste y desesperante es que sigue sucediendo.
Como un cambio en la sociedad es cada vez más difícil, yo apuesto por la visibilidad del colectivo y el apoyo mutuo.
Lola
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