Esta entrada muestra un texto originalmente publicado en el blog Worlderlenmeyer, y participa en la convocatoria que han organizado Obertament y Next Door Publishers para el 7 de abril, con el objetivo de visibilizar la realidad de la depresión y luchar contra el estigma.
La depresión es un trastorno mental frecuente, que se calcula que a nivel global afecta a 350 millones de personas, según la OMS. Hay pocos fenómenos tan extendidos y tan poco entendidos. La propia OMS ha establecido que, en 2017, para el Día Mundial de la Salud, se ponga el foco en hablar sobre la depresión, de sus síntomas, de investigación y de todo lo que conlleva este trastorno. Una de las consecuencias del desconocimiento y la falta de información sobre la depresión y sus síntomas es la discriminación y el estigma social que sufren las personas que pasan por este problema de salud mental. El miedo a ser juzgados, la vergüenza e incluso el sentimiento de culpa son comunes, y más cuando el entorno presiona. Peor que los síntomas es el estigma: cuando los otros a menudo no entienden qué pasa y quieren ayudar a la persona diciéndole que se anime, que se levante de la cama, que salga a tomar el aire, que si está así es porque quiere o que es una cuestión de actitud. Decir eso es como decir #NoTengasDepresión. Y duele. Lo explica Montse:
Sufrir sola. Superarlo en silencio
Algo parecido a lo que dijo, supuestamente, Virginia Woolf… y esa sería mi situación actual, porque una depresión es una enfermedad invisible y estigmatizada, de la que no se puede hablar, que debe permanecer en el anonimato y que no se note. Aunque puedas permitirte ayuda profesional, un lujo para muchos, se sufre en soledad y silencio.
La primera vez que dije no tengo ganas de salir y, para disimular, insinué un medio estado griposo, no pasó nada. La tercera vez que me quedé en casa ya fui castigada con un si te aislas, aún estarás más sola. Y cuando, con la excusa de la confianza y la sinceridad de la amistad, me atreví a decir que estaba deprimida y no tenía ganas de nada, también llegaron esas palabras tan habituales entre las personas que desconocen esta situación: no tienes de qué quejarte/yo también tengo problemas/Fulanita tiene cáncer. Y entonces sí, llegó el aislamiento y superarlo sola y en silencio.
Cierto, no tengo (casi) de qué quejarme, tengo trabajo, vivienda y salud, pero siento que no tengo motivos para levantarme ningún día, sólo obligaciones, y tengo que rebuscar en esa cotidianidad diaria algo que me anime a salir de la cama. Porque yo sólo deseo dormir, dormir y dormir. Cuando duermo no soy consciente de la vida y consigo descansar y recuperar algo de fuerzas para continuar con la batalla. En realidad, me gustaría dormir para siempre y no despertar nunca más. Los fines de semana son terribles y, a menudo, paso horas tumbada en el sofá, mirando el techo o intentando desconectar durmiendo. Es tristeza infinita, un lamento mudo que nadie escucha.
No puedo quejarme, ni insinuar mi malestar. Y como sigo, de cara al exterior, con una vida normal, aún es más difícil de comprender y se insinúa sólo desgana, o enfado, o lo que sea… Las amistades, las que aún aguantan, se mantienen a una distancia prudente. Están ahí, sí, pero no puedo molestar demasiado. A veces sólo necesito compañía para un café o un cine, pero nadie se ofrece a estar conmigo un rato y casi nunca cuento con ellas en los momentos más duros (bueno, los momentos más duros los paso en casa, que es cuando puedo relajarme y dejar que la depresión se manifieste en todo su esplendor). No comprenden nada. Otras amistades han resultado ser un engaño, un gran engaño y ni rasto de ellas. Y otras, se han alejado tanto que ya no volverán. Ya no uso la palabra amistad. Ya no confío. Ya no creo en nada ni en nadie.
Y sí, voy a trabajar y sigo con las clases de inglés. No puedo permitirme una baja y en las clases, a pesar de todo, me relajo y hasta consigo reir! Eso sí, empieza a preocuparme mi desinterés por aquellas actividades que me gustaban hasta hace unos meses. Este año no he ido al Saló del Còmic. Tampoco fui a la Calçotada Friki (no he faltado desde la 1ª, en 2010). No fui a Naukas el año pasado… Y así podría enumerar unas cuantas actividades más. Por ahora, la música es lo único que aún me emociona, pero tendré que renunciar, casi, a ella por temas económicos (¡ser pobre y tener gustos de burguesa es duro!) Consigo, con cierto esfuerzo, centrarme en la lectura, o disfrutar de nuevos contenidos en la TV. Pero cansa. Siempre estoy cansada.
La rendición absoluta está a la vuelta de la esquina. Esta lucha por seguir la vida agota y las pequeñas victorias no compensan, la mayoría de veces, el esfuerzo vital que supone seguir adelante. Las alegrías son tan fugaces, que apenas iluminan un segundo el pozo en el que me encuentro. Y, peor aún, para evitar ese desasosiego después del placer, tiendo a evitar esos momentos y sufrir lo menos posible después. Ya tengo suficiente con mi mente, que sólo calla cuando duermo, y mis intentos frustrados de encontrarme en ese inmenso vacío que ahora me rodea. Esa es la sensación que nadie entiende: estar perdida y no saber bien bien la razón.
Y cualquier circunstancia adversa se convierte en una montaña en el camino. Otro obstáculo más a superar, además de vivir sin sentido y sin esperanza. También, en este estado de fragilidad emocional, todo lo malo se magnifica y el enemigo cada vez es mayor. Todo va mal. No hay salida. No hay esperanza.
Debo admitir también que, en mi caso, tengo días buenos, diría que hasta gloriosos y me agarro a un clavo ardiendo si eso significa algo de luz o la oportunidad de reír. Sí, procuro reír siempre que tengo opción, para compensar las lágrimas que derramo en la intimidad. Como siempre le digo a la psicóloga, mi instinto de supervivencia es muy fuerte, está muy desarrollado y, a veces, no parezco enferma. A veces. Y despisto a la gente. “¿Estás deprimida? ¡Anda ya! Si estás organizando la jornada de puertas abiertas del PRBB…” Insisto: un instinto de supervivencia muy fuerte y que aún me empuja para salir de la oscuridad.
No sé si voy a salir de esta. Todo lo tengo en contra ahora mismo y no veo la luz al final del túnel, ni la intuyo, ni creo que exista. Pero toca seguir. De momento, no puedo hacer más.
Montse Sancas
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