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"Solo sé que no sé nada" (IV): Un secreto a voces...

Me casé por primera vez en Sitges el día 1 de agosto de 1993.

El 19 de noviembre de 1994 nació mi primera hija, Elisabet.

El 14 de octubre de 1996 llegaba la sentencia del Tribunal de La Rota, mi matrimonio era declarado nulo, ya que había nacido, según ellos, “viciado”.

O sea que mi estado civil era soltero otra vez.

A mi hija me dejaban verla una tarde cada 15 días. Durante un tiempo lo hicimos así, la iba a buscar a la casa de su madre a eso de las tres de la tarde y la devolvía no más tarde de las ocho.

No penséis que era un camino de rosas, a Elisabet se le diagnosticó, con un año o dos, un tipo de alergia severa que hacia que al comer algún alimento o tomar alguna bebida o simplemente ponerse nerviosa, le aparecieran rojeces por todo el cuerpo que le producían una picor exagerada.

Me acuerdo en especial de una noche de Reyes, en la cual yo le llevaba los regalos a casa de su madre, ¡ya me diréis!, con una ilusión tremenda. Entre ellos había una caja con las marionetas de ‘Les tres bessones’, unos dibujos que hacían en TV3, aparte de otros obsequios que ya he olvidado.

Cuál fue mi sorpresa cuando mi ex mujer no me dejó entrar más allá del recibidor y me obligó a darle los juguetes a mi hija en él. En fin, abrí los paquetes con mi pequeña sentada a mi lado, los dos en el suelo. Cuando hube acabado, me despedí de ella y me puse a hablar con su madre, de tal manera que, como siempre, nos pusimos  a discutir, y en un momento dado miré a mi hija, que estaba sentada un poco más lejos, y la vi rascándose los brazos de una manera frenética.

Mirad: esa imagen se me quedó marcada a fuego. Cuando iba para mi domicilio, me prometí que nunca en la vida mi hija sufriría por algo de lo que yo pudiera ser culpable, en ese mismo momento tomé la decisión de no volver a verla hasta que fuera mayor.

Me decía  a mí mismo que no sería un buen padre para ella, que conociendo a sus abuelos por parte de mi mujer, estaría bien cuidada y no le faltaría de nada, y que, al fin y al cabo, no quería ser un estorbo en su frágil niñez. Era un sentimiento de culpabilidad y de impotencia al mismo tiempo, pero la decisión estaba tomada.

Al cabo de poco tiempo, tuve un brote psicótico, a causa del cual tuve que ser ingresado. Cuando me dieron el alta, mi hija sólo existía en mis evocaciones.

Ahora mismo mi hija tiene 21 años, sé que estudia en la UB el grado de Farmacia.

Pero no sé ni qué aspecto tiene, y seguro que no la reconocería si la tuviese delante mismo de mis narices.

Disculpad si lo he mantenido en secreto, pero se me hace muy difícil hablar de ello, y ahora aprovechando la nueva campaña lanzada por Obertament, me doy cuenta de que sí, de que tengo una conversación pendiente, una muy importante y es esa conversación que tenía que haber entablado con mi hija, hace ya mucho tiempo.

Y por otra parte os debo una disculpa a vosotros, a los que me conocéis, por no habéroslo explicado en su momento.

Ahí va…

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